miércoles, 28 de marzo de 2018

Ayer mi papá se suicidó. Y ni siquiera sé cómo empezar a relatar esta historia, pero lo voy a intentar.
   Desde que soy chica supe que mi papá no estaba bien. Siempre supe lo que le hacía a mi mamá, y que no se ocupaba de nosotras. Durante casi toda mi infancia lo veía una vez al año, y a veces pasaba más tiempo sin verlo. Me tuve que acostumbrar a la idea de no tener padre. Hay personas que he conocido que realmente no les importa mucho que sus padres estén separados. Nunca los podía entender, porque para mí era mi cruz más grande. Después entendí que esas personas veían a sus padres de igual manera y simplemente tenían una familia dividida y un poco más grande. Yo sólo tenía a mi mamá, que nunca se volvió a poner de novia, y a mis tios, que no veía prácticamente nunca, por ende, sólo tenía a mi mamá y mi hermana. Yo no supe lo que era ver a mi papá en mi casa, no supe lo que era que te hagan ser de un equipo de fútbol, no supe lo que se sentía ver a mi mamá y a mi papá darse un beso, y lo que más me duele de todo, no pude ver una mesa larga en un domingo comiendo un asado en familia, como es la tradición acá en Argentina.
   Llegó mi adolescencia y a mi abuela se le ocurrió que era hora de que nos relacionáramos más con ella y con papá. Empezó a invitarnos a la casa a comer de vez en cuando y comencé a sentir que tenía una familia de verdad. Iba todo en ascenso. Cada vez íbamos más seguido y cada vez me llevaba mejor con los dos. Pude conocer parientes de papá que no sabía que existían y de verdad estaba muy, pero muy feliz. Hasta que la bomba cayó. Papá internado en un hospital psiquiátrico. Lo diagnosticaron con esquizofrenia y drogadicción. El mundo que creía estar conociendo se derrumbó en mi cara. Y eso sólo fue el principio de todo. Empezaron sus brotes psicóticos, donde intentó matar gente, tirarse delante de los autos, y siempre terminaba internado. De a poco dejaba de hablar como una persona normal, y se empezaba a notar cómo se iba deteriorando su mente. El año pasado fue el peor, porque su esquizofrenia dejó de ser el problema mayor, y pasó a ser su depresión. La depresión fue millones de veces más destructiva y rápida de lo que fueron sus casi 40 años de esquizofrenia. Dejó de ser una persona viva y pasó a ser un muerto al que le latía el corazón. Verlo me destruía.
   Ayer a las 11 de la mañana él estaba en la casa de su mamá y con la mujer que limpia. Esperó a que mi abuela fuera al baño y le pidió a la empleada que le diera las llaves de la terraza, porque se iba a tirar. Ella le dijo que no, y entonces cuando papá se fue, escuchó los pasos de él corriendo, el ruido del ténder de la ropa que está en el balcón, y después nada. Después ya no estaba. Cayó de un cuarto piso de cabeza, y murió casi al instante.
   El suicidio de un padre es algo que cuando no te pasa te parece algo tan lejano, tan imposible, que si ocurre no es posible creerlo. Y a pesar de que yo sabía que era muy probable que llegara a pasar, ahora no lo puedo creer.
   Lo amo con todo mi corazón y sé que ahora está en paz, porque su infierno lo vivió en la tierra. Y espero que desde arriba nos pueda cuidar como no pudo hacerlo estando acá. Y que ahora sepa lo mucho que lo amé toda mi vida, sin importarme nada.
   Hace muy poco logré salir de mi depresión, y ahora la depresión me quitó a mi papá. No es una enfermedad para tomar como si nada. Es una asesina al igual que el cáncer, pero es más dolorosa. Es una enfermedad que te deja solo y te tortura hasta que por voluntad propia decidas terminar con tu vida. Ahora reconfirmo que no voy a dejar que algo así me vuelva a atacar, no voy a dejar que me quite nada más.

Ahora tus cadenas se transformaron en alas y tu alma descansa en la paz eterna. Te amo papá.
   

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